Buen gusto

Cuando un defensor toma la pelota en campo propio y conduce hacia el arco rival, suenan las liras de las sirenas, las trompetas de los ángeles, la flauta de Euturpe y, en Avellaneda, la cumbia de Lomónaco.
La elegancia y la prestancia de un defensor central con alma de diez. Lo vimos en la Champions League con Hummels, en la Eurocopa con Calafiori, y antaño, con Gaetano Scirea, quien recuperó, condujo tras las líneas enemigas, se posicionó como lateral, tiró un centro en el área alemana y luego asistió a Marco Tardelli para que Italia ganara la final de la Copa del Mundo de 1982.
Lomónaco podría vestir frac, camisa blanca de seda, zapatos lustrados y pajarita para engalanar las distinguidas veladas europeas. Pero la solemnidad lo aburre y prefiere la cotidianeidad que representa estar en ojotas, en el patio de tu casa, con un vaso con cuantiosa cantidad de fernet con hielo en la mano. Todo sin perder un ápice de su calidad.
Cuando Milito empuja, Independiente quiere. Y cuando Lomónaco conduce, Independiente resplandece. En los educados paladares de los hinchas rojos, cada intervención de Lomónaco es celebrada con algarabía, destacando en cada quite, cada pase y cada arrojo, unas notas de destreza que traen reminiscencias a épocas de oro de la institución, donde el buen juego era ley y los centrales eran los primeros en acatarla.
En Avellaneda, el público disfruta de las melodías del espectáculo brindado por Lomónaco. Este, lejos de la sobriedad y alcurnia de los que solemos ver en el viejo mundo, tiene el descaro, la sagacidad y, en definitiva, la argentinidad de un joven que no deja de jugar como lo hacía en el barrio.