Capitán de cancha y guerra

En 1938, un francés se subió a la mesa de un bar en Nápoles cantando “La Marsellesa” ante los silbidos de los parroquianos locales. Ese valiente, que estaba haciendo frente al fascismo en su casa, era Étienne Mattler.
Italia había derrotado a Francia en el primer amistoso tras el Mundial ’38. La selección italiana había sido la encargada de eliminar a los galos en cuartos de final (3–1). Más allá de la nueva derrota, lo que Mattler no perdonó fueron los insultos y silbidos recibidos por el público local en un país que tenía en pleno auge al fascismo. Bruno Mussolini, hijo del dictador Benito Mussolini, abandonó el estadio llamando “porquería” a los futbolistas franceses.
El líder de la selección francesa de aquellos tiempos, enojado porque se le había prohibido cantar el himno en el estadio y por los insultos que estaban recibiendo junto a sus compañeros de los alcoholizados fascistas que se encontraban en el bar, decidió tomarse venganza en el banquete y subirse a la mesa para cantar “La Marsellesa” a todo pulmón ante los botellazos y escupitajos que volaban hacia su humanidad. Secundado lentamente por todos sus compañeros, se marcharon de aquel reducto con la frente en alto tras entonar la última estrofa.
Mattler no fue un futbolista común; era un patriota que daba la vida por su país dentro y fuera de un campo de juego. Debutó en un pequeño equipo de su ciudad natal, Belfort (situada entre Lyon y Estrasburgo), llamado US Belfort en 1921, para luego pasar al Troyes en 1927 y finalmente desembocar en Sochaux dos años después. Fue uno de los cuatro jugadores en disputar todos los mundiales en la etapa previa a la Segunda Guerra Mundial (1930, 1934 y 1938).
En el conjunto de la automotriz Peugeot se ganó el sobrenombre de León de Belfort por su entrega, fuerza y temple. En un sistema táctico de la época donde se defendía solo con dos, ser defensor central no era tarea fácil, pero era todo un tiempista para tirarse al piso a quitar el balón limpiamente. Dos campeonatos de liga, una Copa de Francia, 208 partidos y dos goles lo convirtieron en el gran referente de “La Belle Époque” del Sochaux.
Capitán también en la vida, decidió unirse a la resistencia francesa al nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación alemana de Francia, Mattler, que había batallado como artillero en Las Ardénas, solía llevar armas escondidas dentro de bolsas que colocaba al lado de las ruedas de la bicicleta con la que solía ir a entrenar. Detenido en febrero de 1944, fue torturado en los campos de prisioneros durante 45 días. Cuando logró una libertad vigilada, aprovechó para esconderse en un camión lleno de pasto y escapar a Suiza, donde estuvo un tiempo para recuperarse de las atrocidades vividas.
Pero el león se sentía enjaulado lejos de su país y decidió volver para ayudar a la liberación. En agosto consiguió regresar y enlistarse en el Primer Ejército Francés, integrando las unidades que penetraron en Alemania, donde una esquirla le produjo una herida en su cabeza. Tras acabar la guerra, fue condecorado con dos menciones: la Cruz de Honor Británica y la Legión de Honor.
Postguerra, jugó dos años más para Sochaux para luego retirarse y volver a su ciudad para entrenar al equipo que lo vio debutar y regentear un bar donde sonaba “La Marsellesa” libremente.