El niño y el Barça

En su película “El niño y la garza”, Hayao Miyazaki asume lo inevitable de la muerte y expresa sus temores de que su legado artístico se vea mancillado cuando ya no esté. Quiere controlar quién seguirá manteniendo en pie esa torre creadora de mundos fantásticos, tal como él lo ha venido haciendo desde un comienzo, para preservar la obra de toda su vida, que, sin importar lo que suceda en el futuro, ya es eterna.
En Barcelona, tienen la misma obsesión que el tío abuelo de Mahiko, el niño protagonista de la película. El paso de Xavi como entrenador fue el enésimo intento fallido por revivir un equipo que ya no volverá a ser el mismo. Durante muchos años, “Can Barça” ha estado detenida en la etapa de negación de un duelo, velando por resguardar los valores, el estilo y un montón de otros eufemismos utilizados para evitar asumir que el gran equipo de 2008–2011 había concluido y era hora de avanzar.
La llegada de Flick supone asumir las cicatrices para empezar a sanarlas. El técnico alemán, quien fue uno de los que le infligió una dolorosa humillación con aquel resultado de 8–2, derriba la efigie para iniciar una nueva etapa guiada por la candidez de Lamine Yamal.
Yamal representa el presente puro, ajeno a los traumas del pasado y con todo un futuro por delante. Juega sin preocupaciones, se divierte y sonríe. Para Yamal, no importa la posesión, la posición, las estadísticas o el cruyffismo; solo quiere jugar con la pelota.
Barcelona es un equipo que refleja el espíritu adolescente, con la osadía de tirar el achique en mitad de cancha como quien no le teme a la muerte. Ya no quiere aferrarse a un pasado glorioso que ya no volverá ha causado mucho daño a Barcelona, pero hoy parece haber pasado de página para poder escribir una nueva obra.