Humanidad Cuantificada

Vivimos en una dictadura numérica. Nos relacionamos con la cultura través de una mirada de economista, menos sentimental y, por ende, menos humana. Lo público, lo privado, el arte, el deporte, todo se cuantifica, todo se valora por frías e inobjetables cifras.
En un sistema salvaje que nos exige ser productivos -muchas veces sin saber para quién producimos- cada vez hay menos paciencia y tiempo para detenerse y apreciar lo que nos rodea. No hay tiempo para ver un partido de fútbol, una película, escuchar un disco o leer un libro. Las cifras son respuestas rápidas para preguntas que nunca formulamos. El tiempo, que es nuestro mayor capital, pareciera agotarse más rápido que nuestro salario. Como dijo Adrián Dargelos: “Perder el tiempo es una acción subversiva en un mundo donde hay que consumir y aprovechar el tiempo”.
Nuestros tiempos de ocio están controlados por algoritmos que quieren hacernos creer que nos conocen mejor que nosotros mismos. El termino “consumos culturales” refleja como nuestra única manera de relacionarnos es atraves de la compra y venta. Las plataformas digitales te ofrecen ver lo más visto, escuchar lo más escuchado y leer lo más leído. Podemos no tener un precio, pero sí un valor: la cantidad de seguidores. La calidad se difumina entre la cantidad y, en los medios, se repiten entrevistas endogámicas con gente que no aporta nada más que visitas.
Para el delantero de Barcelona, Rober Lewandowski “las expectativas son tan altas que si marcas un gol menos que otros goleadores muchos dicen que no eres tan bueno. Por eso tantos goleadores dejan la poesía a un costado. Porque en esta industria cada vez hay más gente que no ve los partidos, ni analiza lo que ocurre porque en la modernidad cada vez hay menos paciencia para ver atentamente los 90 minútos de los partidos, y solo ven las estadísticas y el ´big data´”. Que fechoría encerrar al fútbol entre las celdas de una planilla de excel. Justamente el fútbol, un juego que desde su concepción se rebela hasta de la propia anatomía humana al exigir precisión en unas extremidades que no están ahí para ser precisas.
Aunque parezca, este texto no busca ser una diatriba contra las estadísticas. Son una herramienta muy útil, pero no cuentan la verdad completa. No es necesariamente mejor futbolista el que más goles o asistencias tiene, ni mejor disco el que más vende, ni mejor película la más taquillera. El cineasta Martin Scorsese explica que: “El énfasis ahora está en los números, el costo, el fin de semana de estreno, cuánto ganó en los EE. UU., cuánto ganó en Inglaterra, cuánto hecho en Asia, cuánto ganó en todo el mundo, cuántos espectadores tuvo. Como cineasta y como persona que no puede imaginar la vida sin el cine, siempre lo encuentro realmente insultante”.
Un caño puede terminar en un lateral, pero ese segundo de electricidad que nos hace gritar “ooooh” es más valioso que los porcentajes de pases acertados. Esa película que te hizo reír o llorar será buena para vos, sin importar cuánto vendió o cuál fue su calificación en Rotten Tomatoes. Ese dibujo que empezaste una tarde sin pensar en publicarlo en Instagram. Detenerse a disfrutar de esos momentos de belleza y tranquilidad, donde dejamos de producir, es un acto de humanidad invaluable.