La Champions y la supervivencia del más fuerte

Cuando Makoto Shishio se enfrentó a Kenshin Himura, expresó sus ideales de “supervivencia del más fuerte”: el más fuerte vive y el débil muere. Kenshin, el protagonista pelirrojo con una cicatriz en forma de cruz, conocía bien estos ideales, pero prefería luchar por unos valores más utópicos, quizás ingenuos, como la solidaridad y el crecimiento a partir del vínculo comunitario.
De niño, mientras disfrutaba de una taza de chocolatada y veía Samurai X en Cartoon Network, anhelaba fervientemente que fueran Kenshin y su forma de ver el mundo los que prevalecieran. Sabía poco sobre el darwinismo social en esa época. Incluso hoy, ya con más de 30 años, conozco más a Kenshin que la teoría planteada por Herbert Spencer. Pero tanto en esa época como en la actualidad, el fútbol estaba presente en mi vida, y es sobre eso que quiero escribir.
Como Fiódor Dostoievski expresó en “Memorias del Subsuelo”, solo a través de los sueños podemos encontrar lo “bello y lo sublime”. Al despertar, chocamos con la cruda realidad. Los partidos concluyen y los más fuertes sobreviven. Y está bien. Porque el fútbol también se basa en la lógica, y los mejores siempre ganarán. Es justo, y no hay nada de malo en eso.
Sin embargo, no seguimos el fútbol solo por su realismo, lógica y justicia. Estamos a la espera de que, al menos, una estocada de nuestra espada sin filo pueda herir a Shishio. A veces, eso es suficiente. Después de todo, como diría Fiódor: “Este es mi deseo. Ustedes solo podrán arrebatármelo si me ofrecen otro deseo más atractivo, un ideal diferente. Mientras tanto, seguiré negándome a cambiar un gallinero por un palacio”.