La inexorable ley del ex

Gatos enterrados, brujería, cábalas, promesas religiosas. En el amplio abanico mágico, la inexorable ley del ex es uno de los puntos más firmes del esoterismo futbolero. Esos goles malditos, silenciosos y timidos que nadie desea anotar. ¿Cómo y cuándo nació este poderoso maleficio?
Mi investigación me llevó primero a viajar por terruños escondidos en el Caribe. Emocionado al sentirme como Guybrush Threepwood cuando va a visitar a Voodoo Lady, hallé a un viejo chamán que afirmaba haber vivido más que el conocimiento. Entre cabezas reducidas, frascos con pociones, uñas de animales mitológicos y un hedor a podredumbre y almizcle, me contó la historia de Joe Gaetjens.
Gaetjens era un haitiano que se ganaba la vida lavando platos en Rudy’s Cafe, un restaurante de comida española ubicado en la esquina de la calle 111 con Lenox Avenue, en Harlem. Además, destacaba como goleador en el Brookhattan de la ASL, club que pertenecía a Eugene “Rudy” Díaz, quien también manejaba el restaurante.
Sus números como delantero llamaron la atención de la Federación, que necesitaba con urgencia conformar un plantel para disputar el Mundial de Brasil 1950. Solo necesitó la promesa de obtener la ciudadanía para aceptar embarcarse con un grupo de entusiastas hacia Sudamérica. Luego de perder en el debut ante España, su segundo compromiso era contra la poderosa selección de Inglaterra, que tenía a Stanley Matthews como una de las principales figuras de la Copa.
El 29 de junio de 1950, con un solitario gol de cabeza de Gaetjens, Estados Unidos lograba lo que ellos denominaron como “Miracle Match” al derrotar a Inglaterra por 1 a 0. Justo en el estadio Independencia de Belo Horizonte, una ex colonia vencía a su colonizador con gol de un haitiano, la segunda de las colonias rebeldes de América en conseguir su libertad.
El anciano agregó que los ingleses desterraron para siempre el color azul de su indumentaria para purificar la desgracia de ese día, mientras que Gaetjens, traicionado, nunca obtuvo la ciudadanía estadounidense, por lo que tuvo que volver a su país natal para continuar su vida como comerciante. Fue allí, en 1964, donde fue secuestrado y asesinado por orden del dictador François Papa Doc Duvalier, ya que él y su familia eran opositores al régimen.
¿Puede haber sido este el trágico origen de la maldición de los ex? ¿Acaso es tan poderoso su embrujo que afecta a naciones enteras? Cuando quise exigir más respuestas, el anciano abrió su boca para reír y mostrar sus dos solitarios y podridos dientes, mientras desaparecía delante de mí.
Con ganas de saber más, me dirigí hacia Inglaterra en una transición tan rápida como las de Indiana Jones. Llegué a un bar en Manchester donde un pelirrojo panzón con la cara picada por la viruela me esperaba sentado en un taburete con un vaso de whisky entre sus manos. Me senté, me pedí una cerveza, y él comenzó a hablarme de la “santísima trinidad británica” que había dominado el mundo durante la década del 60. El escocés Dennis Law, el inglés Bobby Charlton y el norirlandés George Best eran las figuras del Manchester United ganador de todo. Pero, como todo lo que sube tiene que bajar, y nada dura para siempre.
El tiempo es un rival temible y, para 1973, los Red Devils decidieron no renovar el contrato de un avejentado Law, quien, apenado por el desprecio, se marchó a la parte celeste de la ciudad para jugar en el Manchester City. Fue esa misma temporada, un 24 de abril, que el mundo tendría la demostración más cabal de la maldición de la ley del ex.
Manchester United recibió al City en Old Trafford. Una derrota ante su clásico rival lo condenaría por primera vez al descenso, un infierno tan temido para los diablos rojos. Todo marchaba en tranquilidad con un 0 a 0 que conformaba a ambos, pero hacia el final del partido ocurrió algo mágico: Law metió un taco dentro del área chica que envió la pelota al fondo de la red. Un viento frío sacudió a todos los presentes. El silencio eterno de un gol que nadie quería gritar.
“Rara vez me he sentido más deprimido en mi vida que aquel fin de semana. Después de 19 años de haber dado todo lo que tenía para marcar goles, al final metí uno que casi hubiera deseado no meter”, confesó apesadumbrado Law años más tarde.
¿Acaso algún conjuro vudú hizo que metiera ese taconazo contra su voluntad? ¿Su cuerpo fue apoderado por entes oscuros que buscan la desgracia de los ex? Aún tenía más preguntas que hacer, pero mi interlocutor ya estaba babeando sobre la barra.
Regresé a Buenos Aires menos escéptico que en mi partida, pero aún muy confundido. Me detuve a descansar en un café de Parque Patricios, donde un mozo, al ver lo que anotaba en mi libreta, me dijo: “La ley del ex es como las brujas. No existen, pero que las hay, las hay. Y yo sé cómo se cura esa maldición”. Rápidamente lo invité a sentarse y me dijo lo que sabía. “Amor”, me dijo, “la maldición de los ex se cura con amor”.
El canoso mozo comenzó a describirme a un pelilargo galán apodado Turco que era muy querido por la gente del barrio. Criado por y para el Club Atlético Huracán, donde destacó tanto por su talento como por su carisma. El profesionalismo lo obligó a cambiar de barrio, más precisamente a La Boca.
En 1991, cuando ambos bandos se vieron enfrentados, nuestro protagonista, que venía en racha, ingresó a La Bombonera, que lo recibió con una ovación. “Turcooo, turcoo” fue el canto de sirena que lo hizo equivocarse de parcialidad al saludar. El partido comenzó e intentó dejar atrás este pequeño error, pero su corazón le latía cada vez más fuerte, hasta que supo que había llegado el momento en que la ley del ex tenía que ejecutarse. Con la pelota dominada dentro del área y el espacio para marcar el gol, el Turco decidió levantar la cabeza y observar, por un segundo, a la tribuna de Huracán, esa donde tantas veces estuvo cantando y abrazándose con sus familiares y amigos. Esos recuerdos lograron sacudir de su cuerpo la magia negra, frenarse y desperdiciar la chance de gol. Su amor por Huracán había podido más que la maldición.
“¿Eso significa que quienes convierten no aman?” le interrogué. “Son 2500 pesos”, me dijo, dejándome la cuenta. Con más dudas y menos dinero en mi bolsillo, cierro momentáneamente mi investigación.