Los 80s en Detroit: Robocop, Bad Boys y Techno

Detroit era la ciudad donde el sueño americano había muerto. Los años dorados de la Motor City con la prosperidad que habían traído las fábricas Ford y General Motors se fueron apagando. La crisis económica, agravada por las políticas de desindustrialización del reaganismo, el racismo, la delincuancia y la violencia institucional, habían transformado una pujante urbe en una ciudad fantasma.
A mediados de los 80s reinaba la desesperanza. No había nada de lo que sentirse orgulloso de vivir en su ciudad, pero esto cambiaría con tres hechos: Robocop, los Bad Boys de Detroit Pistons y el nacimiento de la música techno.
Robocop
En Filadelfia hay una estatua de Rocky Balboa. Quienes suben las escalinatas del Museo de Arte lo hacen inspirados por el personaje que dio vida Sylvester Stallone, que es un ejemplo de superación, de alguien que, desde lo más bajo, logra llegar al éxito. En Detroit quieren colocar una estatua de RoboCop.
El futuro distópico extremadamente violento donde el orden lo imponen las empresas. Los temas que trata la película reflejan los temores de los ciudadanos de Detroit: recelo hacia los avances tecnológicos, miedo a una policía represora (como los disturbios de 1967) y odio a las multinacionales, de las que sentían que habían arrasado con la ciudad para luego abandonarla a su suerte.
RoboCop, aún con su humor y sus escenas de violencia grotesca, es una minuciosa sátira del modelo capitalista de Estados Unidos, donde la gente se vuelve cada vez más dependiente de las corporaciones, esperando de manera ingenua que “como es rico no va a robar” o “el empresario es un héroe” (frases tan escuchadas por estas latitudes hoy en día). Pero, como explica el guionista de la película, Edward Neumeier: “Sus objetivos son diferentes a las necesidades de servicio público”.
La película fue un éxito que degeneró en secuelas de cada vez peor calidad, series animadas, juguetes, videojuegos y todo tipo de merchandising. La estatua del oficial Alex Murphy aún espera ver la luz en una ciudad que siempre lucha para sobrevivir.
Bad Boys
La NBA estaba siendo dominada por los Boston Celtics de Larry Bird y los Lakers de Magic Johnson. Michael Jordan era drafteado por los Chicago Bulls y ya se avisoraba como el mayor talento. En cambio, los Detroit Pistons no eran considerados un mercado atractivo ni para los patrocinadores ni para las grandes estrellas. Fue entonces cuando su entrenador, Chuck Daly, comenzó a formar un equipo que pudiese competir contra esas grandes franquicias y lo hizo desde la carencia de recursos, más allá de haber drafteado a Isiah Thomas y Joe Dumars. Moldeó un equipo físico, aguerrido y con un juego basado en la defensa, en contraposición al Show Time angelino.
Thomas, Dumars, Mahorn, Lambeer y Rodman fue el quinteto que no temió enfrentarse a nadie, a los que el mundo conocería como los Bad Boys, apodo que tomaron de los Oakland Raiders de los años 60s, otro equipo de feos, sucios y malos. De inmediato se logró una mancomunión entre el equipo y los hinchas que se veían representados con el estilo de juego callejero y pendenciero.
“Los que piensan que somos unos villanos o unos matones pueden besarme el culo” respondió el pivot John Salley por las críticas hacia el equipo. Esa rebeldía que estallaba desde el fondo de la urbe de Detroit que quería demostrarle al resto del país que la ciudad quería resurgir. Y lo hicieron consagrándose campeones en temporadas consecutivas (88–89 y 89–90).
En las finales de conferencia de 1991, tras caer ante los Bulls, los Bad Boys se retiraron antes del final del encuentro sin siquiera saludar. Un cierre a la altura del mito: Villanos hasta el final. “No hubieramos ganado 6 títulos sin sufrir antes con Detroit” reconoció Jordan años después.
Los glamorosos 90s comenzaban, Isiah Thomas no integraría el Dream Team de Barcelona 92, Rodman se iría a los Bulls y comenzaba el fin de un equipo que había dejado su legado en la ciudad. Donde se podían ver a muchas personas con camisetas de Thomas o Lambeer era en las fábricas abandonadas donde se daban las primeras fiestas techno.
Techno
Si bien en el día de hoy tenemos asociada a la música electrónica a la clase alta y las drogas de diseño, su nacimiento se dio en las barriadas pobres. Si bien en Europa artistas como Kraftwerk o Giorgio Moroder ya habían comenzado con la experimentación de máquinas de sonidos, en Estados Unidos fue hasta bien entrados los 80s que en Chicago comienza la música house y en Detroit el techno.
Juan Atkins, Derrick May y Kevin Saunderson eran tres jóvenes afroamericanos, hijos de familias obreras, que vivían en el barrio de Belleville. Una tarde, a la salida del colegio, utilizaron los pocos dólares que habían logrado reunir para comprar una caja de ritmos en una tienda de segunda mano. Gracias a ella, intentaron amigarse con la modernidad, con esa tecnología que estaba dejando sin empleos a sus padres.
“Sacar belleza de este caos es virtud” canta Gustavo Cerati en Déjà Vu. Y fue la virtud de las primeras fiestas techno que se realizaban en fábricas abandonadas, esos esqueletos que otrora representaban el progreso y que en ese momento reflejaban la miseria. Esos espacios recuperados por un grupo de menores de edad que entraban en trance con los sonidos que los hacían vislumbrar un poco de color en un presente tan gris. Fue así como se generó toda una cultura underground ligada a la unidad de unos jóvenes que se sentían aislados del resto de su nación.
El periodista y DJ inglés Neil Rushton, fascinado por el tema Strings of Life de May, armó, en 1988, el compilado Techno: The New Dance Sound Of Detroit con el que dio a conocer al mundo lo que estaba sucediendo en la fabril Detroit. Tanto Atkins como Saunderson tenían la filosofía de no abandonar su ciudad (May sí llegó a presentarse en varias ocasiones en ciudades europeas como Ámsterdam o Berlín). Este sentido de pertenencia de los habitanstes con su ciudad cautivó a Neumeier para escribir Robocop o hizo que Thomas nunca cambie de franquicia.
Así fue como entre 1987 y 1990, con el cine, la música y el deporte, una ciudad que parecía muerta demostró que todavía tenía mucha vida por delante.