Nostalgia ochentera

Elmor Shomudorov. Seguro que este nombre no les dice nada. De hecho, al principio, a mí tampoco. Pero al verlo jugar en Cagliari, tratando de moverse sin gracia con su altura de más de metro noventa, siendo flaco y desgarbado. Cabeceando cada balón que sus compañeros le lanzaban, me transportó a la década de los 80, cuando cada equipo tenía uno de esos delanteros tanque y los goles “de pescador” estaban de moda.
Incluso su nacionalidad, uzbeka, me hace retroceder en el tiempo a la época de la Guerra Fría. Shomudorov podría haber sido el goleador del Dinamo Kiev, el Spartak Moscú o cualquier otro equipo de la antigua URSS, esos equipos que, con su orden férreo y el frío de la nieve, solían vencer a equipos europeos de gran renombre. También podría haber sido el villano de una película de acción de Hollywood. De esas donde el musculado protagonista, envuelto en la bandera estadounidense, hace explotar una base militar en nombre de la libertad.
Ver a Shomudorov me transporta a una iluminada calle Corrientes en el que corre el incesante bullucio de la gente. Una Buenos Aires llena de recovecos secretos bajo la superficie, donde no existe lo prohibido y el arte es lenguaje. Estar en el Parakultural, envuelto en una espesa nube de humo de hachís, viendo tocar a Sumo o una performance de Batato Barea. Noches que parecen eternas, aunque en el bolsillo de la campera de cuero no tenga más australes.
Shomudorov es luces de neón, synthpop en la discoteca y el aroma de una Coca-Cola recién destapada sobre el arcade de Donkey Kong. Los queridos 80. Una década que, olvidé mencionar, nunca viví. Y como dice Joaquín Sabina: “‘”No hay peor nostalgia que añorar lo que nunca, jamás, sucedió”.