Rachid Mekhloufi: Escape a la victoria

Fabio Martín Olivé
5 min readMar 4, 2024

Albert Batteaux cerró la puerta luego de despedirse de su asistente. “No está, se fue”, fueron las escuetas palabras que este le profirió para que el seleccionador francés entendiera qué estaba ocurriendo. “Este bastardo lo hizo”, pensó Batteaux, mientras miraba los garabatos de una cancha de fútbol que había hecho en una libreta. Tomó una pluma y tachó un nombre: Rachid Mekhloufi no jugaría la Copa del Mundo de 1958.

Su carisma, su brillante sonrisa, su bigote a lo Clark Gable y sus 25 goles en la temporada 1956–1957 que le permitieron a Saint-Etienne consagrarse campeón de la liga francesa, hacían de Mekhloufi una estrella de Hollywood en el país de la Nouvelle Vague. Estaba destinado a integrar un tridente de época junto a Raymond Kopa y Just Fontaine. Con ellos, el optimismo en Francia estaba por las nubes y no temían enfrentar a ese imberbe Pelé del que tantas maravillas se estaban hablando en Sudamérica.

El gran momento profesional que estaba atravesando no lograba apagar el ardor que sentía en su corazón. Mekhloufi nació en Sétif, Argelia, y nunca había podido olvidar la masacre ocurrida en su ciudad natal el 8 de mayo de 1945. Ese día, miles de argelinos se congregaron para celebrar el fin del armisticio y rendir homenaje a sus compatriotas caídos en batalla durante la Segunda Guerra Mundial. Argelia estaba bajo dominio francés, pero los movimientos independentistas iban tomando cada día más fuerza. Una columna marchó con pancartas exigiendo la libertad de Messali Hadj, líder del Partido del Pueblo Argelino, la independencia de Argelia y enarbolando sus banderas verdes, blancas y rojas. Como un toro al ver un trapo rojo, la bandera argelina enfureció al comisario que intentó quitársela a un chico que la llevaba. El joven de convicciones firmes se resistió y acabó fusilado por el comisario. La represión desencadenó una sangrienta caza de musulmanes por parte de las autoridades francesas que concluyó con más de 40,000 muertos, 41 aldeas destruidas, toque de queda para los ciudadanos musulmanes y arrestos ilegales

“Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé”, es la frase con la que Albert Camus, un pied-noir (así se llamaba a los colonos y descendientes franceses que vivían en Argelia), inicia su novela “El Extranjero”. A diferencia del apático Mersault, su protagonista, Mekhloufi no dejaría a su madre patria olvidada a su suerte. Seguía de cerca los acontecimientos de la Guerra de Argelia iniciada en 1954 y las acciones del Frente de Liberación Nacional en su lucha contra los colonizadores. Quería sumarse, hacer algo por su gente. Por eso no dudó un segundo cuando una noche, uno de los líderes del FLN, el exfutbolista Mohamed Boumezrag, lo convocó para integrar el proyecto “Zorros del Desierto”.

El proyecto consistía en formar una selección integrada por varios futbolistas argelinos que militaban en el campeonato francés. Formar una selección para formar un país. Darle entidad a través del deporte más popular del mundo y aprovechar para visualizar los reclamos de un pueblo oprimido. Mekhloufi no dudó en ponerse a disposición de la causa, pero primero debía realizar la epopeya de huir de Francia. El plan inicial era aprovechar el amistoso que la selección gala disputaría en Suiza para partir desde allí. Rachid tenía dudas sobre el éxito de este, así que ideó otra vía de escape. Para ello contó con la complicidad de su compañero de equipo, el camerunés Eugène N’Jo Léa. El 12 de abril de 1958, durante un partido entre Saint-Étienne y Béziers, un choque entre ambos deja a Mekhloufi tan dolorido que debe abandonar el estadio y ser ingresado en el hospital. N’Jo Léa sonríe mientras su compañero es sustituido porque todos se creyeron la pantomima.

Batteaux esperaba que Mekhloufi se recuperara del golpe y se sumara a la concentración de Les Blues en Suiza. También debía hacerlo Mustapha Zitouni, defensor argelino del Mónaco, quien meses antes, durante un duelo ante España, anuló con su férrea marcación a Alfredo Di Stefano, lo que despertó un gran interés en el Real Madrid para sumarlo en sus filas. Pero ni Mekhloufi ni Zitouni llegaron a Suiza. Ambos se dirigieron a la estación de tren con sus gabardinas, unas valijas con sus petates, sombreros y tratando de mantener la tranquilidad. Se tomaron el tiempo para firmar autógrafos y charlar sobre sus expectativas para el mundial con los guardias y curiosos que encontraban en el vagón. Nadie salvo ellos sabía que estaban desertando. Vía Italia pudieron llegar a Túnez y reunirse con sus compatriotas para formar el equipo que jugaría por la libertad.

El 15 de abril se vistieron por primera vez con su camiseta verde, vieron ondear la bandera de su país y escucharon su himno nacional. Con el pecho hinchado de orgullo batieron a Túnez por 8–0. Ese fue el inicio de una serie de partidos que duró 4 años. Yugoslavia, China, Vietnam, Unión Soviética, Marruecos o Iraq fueron algunos de los países que acogieron a esta selección que compartía sus proclamas de lucha, libertad y futuro. Un futuro que llegó en 1962, con los acuerdos de Evian, en los que se reconoció la autonomía de Argelia.

Con la satisfacción del deber cumplido, Mekhloufi decidió volver a Saint-Étienne para continuar desde dónde dejó. Les Verts, sin su figura, había perdido la categoría y para la temporada 1962–1963 se encontraba deambulando en segunda división. Mekhloufi regresó al Stade Geoffrey-Guichard ahora como ciudadano argelino, ante la escéptica mirada de los hinchas. Un solo gesto técnico hizo falta para que quienes murmuraban se quedaran por un segundo en silencio antes de estallar en aplausos para su ídolo, que los sacaba del averno. Esa temporada logró ascender y la siguiente volver a ganar la liga francesa. Habían pasado 4 años, una revolución y el nacimiento de una nación, pero el fútbol en los pies de Mekhloufi permanecía intacto.

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Written by Fabio Martín Olivé

Periodista. CoAutor de "Nunca Caminarás Solo: La revolución de Klopp en Liverpool"

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